“Atlántico:
territorio de paz”, un eslogan, un compromiso, una semblanza de vida de una
parte de Colombia que no vivió directamente la dureza y crueldad de un
conflicto armado por la tenencia del poder y de la tierra, pero que sí es
víctima –como todo el territorio- de la violencia, pues las consecuencias del
conflicto afectaron su estructura y composición económica y social.
Dentro de ese orden
de ideas, se encuentra lo agrario, ya que la falta de una política y la
discontinuidad en los planes nacionales ha impactado negativamente las
realidades locales y regionales en el sector.
Ya
lo describí en la parte 1, es evidente que el tema rural y de producción es
complejo; tiene muchas aristas y los esfuerzos y logros no son alcanzables en
el corto plazo. Es por ello que los líderes políticos y gremiales no pueden
mostrar avances significativos en su gestión y prefieren las obras físicas, porque
los visibilizan más. Algunos dirán que
son populistas, pero debemos reconocer que somos nosotros los demandantes y los
consumidores del populismo.
Ahora
bien, muchas veces, las funciones y la responsabilidad de sensibilizar y
potencializar la mirada y la inversión en campo se diluyen, porque todo se
dirige a la ciudad y sus cómodos entornos y no se direccionan lo recursos hacia
los proyectos productivos agrícolas.
También
es cierto que se han aceptado conceptos errados del trabajador del campo y la
zona rural que impiden actuar sobre la realidad con el diseño y desarrollo de
planes que mejoren la atención hacia el productor: desconocemos su realidad y
los juzgamos severamente.
Cabe
considerar que con los productores minoritarios sucede como con tantos colombianos,
que, viviendo en condición de escasez, no cuantifican bien los gastos, no usan
los fertilizantes suficientes, no aplican los controles de malezas y
enfermedades y mucho menos contabilizan la mano de obra.
En
otros casos en la cadena productiva no se le reconoce lo justo y necesario; así
muchos productores prefieren no entrar en la gran superficie cuyo pago se da a los
45 o 60 días, y prefieren ir a las plazas donde reciben el pago inmediatamente,
aunque sea a menor precio.
Por
todas esas situaciones, se infiere que se necesita implementar modelos que
ayuden al productor a aliviar su carga, para que despejándolo de su mañana
inmediato pueda tener la posibilidad de visionar mejores cultivos,
comprendiendo el concepto de productividad: técnicamente se puede producir más
y mejor.
En
la búsqueda de soluciones encontramos propuestas como la de los mercados
campesinos permanentes, donde el productor pueda ofrecer sus productos
directamente a restaurantes u hoteles y a la población en unidades móviles.
Se
debe mencionar además la creación de centros de transformación de productos,
excelente para el fomento de la industria y el empleo, aclarando que no es una estrategia de recuperación del agro a menos que incluya
al productor como su eje, como su punto de partida.
Por
otra parte, los autores apuestan a que los gobiernos apoyen la agricultura a
pequeña escala y concluyen que los productos agrícolas en condiciones
aceptables son eficientes y tienen la capacidad de contribuir al desarrollo
económico y a la solución efectiva para la pobreza rural. (Berry, Avance y
Fracaso en el Agro Colombiano, 2017).
En
conclusión, el cuento es volver productivo el agro a una escala competitiva y
sostenible, una ardua tarea que implicará riesgo y sacrificio, esfuerzo,
trabajo y dedicación, pero también elementos que –muchas veces- para nuestro
entorno son novedosos: ciencia, tecnología e innovación, porque producir bien
no es ninguna garantía, dado que otros producen igual o mejor que tú.
Y
el Estado como facilitador, debería priorizar el agro, y sus necesidades
particulares, tal como aconteció en el siglo pasado, cuando se impulsó el café
en Colombia.
De
tal manera que las gestiones deberían capitalizarse y verse consolidadas con el
diseño de una ruta de recuperación agraria a largo plazo, que defina el enfoque
agrícola del departamento - acorde con las condiciones de la región, del
territorio y el mercado y que -contando con el concurso y disposición de sus
actores- garantice su continuidad y permanencia en el tiempo.
Para
ello la ciudadanía necesita elegir gobernantes con visión agraria, que miren y
entiendan el campo: sus dificultades y potencialidades y que sean capaces de liderar
esos procesos de mejora de la producción para reavivar el interés por producir
y producir para generar ganancias.
Dicho
en otras palabras, necesitamos de esos gobernantes que den la pelea por hacer
la transformación del campo, gestionando el centro de transformación con la
estrategia de recuperación del productor y beneficiando a esas familias que aún se dedican al agro.
Evidentemente requerimos
de líderes que quieran sembrar, abonar la tierra para escribir otra historia y pese
a las presiones por no presentar resultados en el corto plazo y puedan ser
recordados posteriormente como impulsadores del agro.
No
faltarán voces que afirmen que estos procesos son difíciles y complejos y sí, lo
son, pero la historia confirma que grandes realizaciones requieren de personas hacedoras,
con carácter y, primordialmente de voluntad política.
@sisi_bq
Publicado en
https://diariolalibertad.com/sitio/2019/07/29/tierra-escasez-y-abundancia-parte-2/